viernes, 16 de julio de 2010

EL SENTIMIENTO NEGATIVO (RISTO MEJIDE)

CONTRA LA FRATERNIDAD
Odio mío.

Tiempos de amor pasteurizado, basos que ni rozan las mejillas y afectos de todo a cien. La calle se llena de enemigos íntimos con amigos invisibles, malabaristas del presupuesto entre nuestro propio debe y su temeroso haber.
El amor hace tiempo que es sólo un eslogan, la familia feliz un buen casting y cualquier tipo de aprecio ya lo encuentras limpio de toda "a". Y a mí, entre tanto mariachi, cada vez me cae mejor la gente que sabe lo que odia -y sobre todo- cómo, cuánto y por qué lo odia.
Supongo que es porque estoy harto de la gente esa flower power que cree que lo importante es amar a todos en todo momento. Si no sabes odiar, ¿cómo quieres que te crea cuando dices que amas? Las monedas de una sola cara han sido, son y serán siempre falsas, por bonitas que sean.
Tampoco aguanto a los que etiquetan el odio como sentimiento a ocultar, reprimir e incluso aniquilar. Odiar es tan humano y natural como defecar (no quiero escribir cagar, que queda feo), y por muy desagradables que sean sus resultados, no veo justificado tratar de suprimir actos tan sanos.
Por eso, lo digo con la boca bien grande. El odio hay que sacarlo todo, pero hay que sacarlo bien.
Para empezar, hay que pasarse un buen rato odiándose a uno mismo. Llámalo meditación, oración, iluminación o examen de conciencia, da igual. Pero el odio autoinflingido es algo así como una vacuna, que en su justa dosis es necesaría para el progreso, la protección y la evolución, aunque en exceso podría llegar a resultar letal. O como una lavativa, que ni gusta ni apetece, pero purga que da gusto.
Seguramente no te valga de nada mi experiencia, pero sólo después de odiarme mucho he aprendido cuándo y cómo quererme bien.
Más tarde hay que provocar ciertos odios y dejarse odiar por algunos. Yo, hay determinada gente que espero francamente que me odie. Si no igual me podría sentir hasta decepcionado.
Hablando del tema, este texto va dedicado a todos los que me odian (aunque te parezca mentira, alguno hay, ¿a que es increíble?). Porque jamás lo van a leer. Y a los que sí lo lean, también se lo dedico, por haber hecho algo tan estúpido como perder minutos voluntariamente con alguien al que odias y por confirmarme así que tienen que seguir perteneciendo a ese selecto grupo.
Por último, siempre he creído que había que odiar un número determinado de cosas. Como mínimo, una por cada persona a la que se ame. De este modo, algo malo también nos abandonará el día en que nos tengamos que despedir de ella. No arregla nada, ni te hace sentir mejor, pero el resto de las soluciones tampoco, y allí están, escritas por todas partes.
Al final, lo que nos permite amar lo que queremos es lo lejos que nos encontramos de lo que odiamos. Lo que nos sienta mal de lo que nos pasa es lo mejor que nos define. Lo que más nos define, más nos molesta, es más real. Y la realidad, en definitiva, es como cualquier otro tipo de amor.
Molesta de cojones.

1 comentario:

Manuel Ruiz dijo...

Risto Mejide es (un poco) un exhibicionista emocional/sentimental que utiliza las palabras como símbolos para crear un entorno en que invertir parte de su vida para ganar dinero y estar en el candelero. Siempre me ha parecido un tío bastante honesto pero también artificioso cuando (lejos de la intimidad) se exhibe ante el gran público y actúa como un maestro de ceremonias del malabarismo en el circo del espectáculo.
El odio es en sí mismo algo feo y además suena mal. Es cierto que sólo los que aman pueden también odiar, porque es una cuestión de sentimientos, y los sentimientos, si se tienen, son todos o ninguno, pero hay que saber encauzarlos. El amor crea un entorno favorable para una vida mejor y el odio degrada aquello hacia lo que se dirige. Por eso el odio hay que reprimirlo y dejarlo escapar solo en casos de ignominiosos comportamientos o actuaciones.
A Risto no creo que se le odie (aunque el necesita ser odiado para ser Risto). Es un tío que se exhibe y para ello utiliza las armas de los sentimientos y cuando éstos chocan el espectáculo gana en controversia y grandilocuencia.
Al odiarnos nos dañamos pero también vemos aquello que debemos cambiar.

Mi opinión: Ódiate un poco para quererte mucho.