viernes, 16 de julio de 2010

LA PERRA COLOR CANELA (Arturo Pérez-Reverte)

Desde luego hay gente que no tiene nombre... Deberían hacer lo mismo con ellos. Ese tipo de gente, mejor dicho gentuza, no debería ni de existir. Podría llenar páginas enteras de calificativos hacia ellos, pero no lo voy a hacer, no acabaría nunca. Mejor pongo el artículo y juzga por ti mism@. Yo personalmente con un dedo puedo decirles parte de lo que siento hacia ellos...


El perro estaba suelto en la autovía, solo, desconcertado, esquvando como podía los coches que pasaban a toda velocidad. Cuando reaccioné, era tarde. Mientras consideraba el modo de detenerme y sacarlo de allí, lo había dejado atrás. Estacionar con ese tráfico era imposible, así que no tuve más remedio que seguir adelante, mirando por el retrovisor, apenado. Algo más lejos se lo conté a una pareja de motoristas de la Guardia Civil: kilómetro tal, perro cual. El cabo movió la cabeza. Nada que hacer, señor. Ocurre mucho. Además, aunque vayamos a buscarlo, no se dejará coger. Nos pondrá en peligro a nosotros y a otros automóviles. Y usted habría hecho mal en detenerse. Además, a estas horas ya se habrá ido, o lo habrán atropellado. Mala suerte.
Sin duda el guardia tenía toda la razón del mundo, pero yo seguí camino con un extraño malestar, las manos en el volante y la imagen del perro entre los automóviles grabada en la cabeza. Su desconcierto y su miedo. Sintiendo, además, una intensa cólera. Supongo que mientras los automovilistas esquivábamos a ese pobre animal de ojos aterrados que no sabía como franquear las vallas y quitamiedos de la carretera, algún miserable regresaba a casa o seguía camino de su lugar de vacaciones, satisfecho porque al fin se había quitado de encima al maldito chucho. No es lo mismo un cachorrillo en Navidad, en plan papi, papi, queremos un perrito -cuántos perros condenados a la desgracia por esas palabras- que uno más en la familia al cabo del tiempo: veterinario, vacunas, dos paseos diarios, etcétera.
Entonces la solución es quitárselo de encima. Posiblemente así lo decidió el dueño del perro que estaba en la autovía: parada en el arcén y ahí te pudras. También es lo que hizo tiempo atrás un canalla en una gasolinera de la nacional IV: el dueño de una perra color canela a la que no olvidaré en mi vida. Llevo doce años escribiendo esta página, y no recuerdo si alguna vez hablé aquí de ella. Ocurrió hace tiempo, pero lo tengo fresco como si hubiera ocurrido ayer. Y aún me quema la sangre, porque es de esos asuntos a los que me gustaría poner un nombre y un apellido para ir y romperle a alguien la cara, aunque eso no suene cívico. Me da igual. Con chuchos de por medio, lo cívico me importa una puñetera mierda. Ningún ser humano vale lo que valen los sentimientos de un buen perro.
Les cuento. Mientras repostaba en una gasolinera de Andalucía, una perra color canela se acercó a olisquear mi coche, y después volvió a tumbarse a la sombra. Le pregunté al encargado por ella, y me contó la historia. Casi un año antes, un coche con una familia, matrimonio con niños, se había detenido a echar gasolina. Bajó la perra y se puso a corretear por el campo. De pronto la familia subió al coche y éste aceleró por la carretera, dejando a la perra allí. El encargado la vio salir disparada detrás, dando ladridos pegada al parachoques, y alejarse carretera adelante sin que el conductor se detuviera a recogerla. Al cabo de una hora la vio regresar, exhausta, la lengua fuera y las orejas gachas, gimoteando, y quedarse dando vueltas alrededor de los surtidores de gasolina. De vez en cuando se paraba y aullaba, muy triste. Al encargado le dio tanta pena que le puso agua, y al rato le dio algo de comer. Cada vez que un coche se detenía en la gasolinera, la perra levantaba las orejas y se acercaba a ver si eran sus amos que volvían. Pero no volvieron nunca.
La perra se quedó aquí, contaba el encargado. Mis compañeros y yo le fuimos dando agua y comida. El dueño nos dejó tenerla, porque vigila por las noches. Además, hace compañía. Es obediente y cariñosa. Al principio la llamábamos "Canela", pero a una compañera se le ocurrió que era como la mujer de la canción de Serrat, y la llamamos "Penélope". El caso es que ahí sigue. ¿Y sabe usted lo más extraño? Cada vez que llega un coche se levanta; y en cuanto se para, se asoma dentro a olisquear. Los perros son listos. Tienen buena memoria y más lealtad que las personas. Fíjese que nosotros la tratamos bien, no le fata de nada y hasta collar antiparásitos lleva. Pero ella sigue pendiente de la carretera. Los perros piensan, oiga. Casi como las personas. Y ésta piensa que sus amos vendrán a buscarla. Cada vez que llega un coche, se acerca a ver si son ellos. Sigue creyendo que volverán. Por eso lleva tanto tiempo sin moverse de aquí. Esperándolos.


Triste historia... Con cosas como esta cada vez me da más asco pertenecer a la raza humana. Ojalá que todo el dinero que se hayan ahorrado por abandonar a la pobre perrita se lo hayan gastado en medicinas. Por cierto, menuda manera de educar a sus hijos, así nos luce el pelo. Ojalá que les vaya muy muy muy mal. Que asquísimo me dan.

EL SENTIMIENTO NEGATIVO (RISTO MEJIDE)

CONTRA LA FRATERNIDAD
Odio mío.

Tiempos de amor pasteurizado, basos que ni rozan las mejillas y afectos de todo a cien. La calle se llena de enemigos íntimos con amigos invisibles, malabaristas del presupuesto entre nuestro propio debe y su temeroso haber.
El amor hace tiempo que es sólo un eslogan, la familia feliz un buen casting y cualquier tipo de aprecio ya lo encuentras limpio de toda "a". Y a mí, entre tanto mariachi, cada vez me cae mejor la gente que sabe lo que odia -y sobre todo- cómo, cuánto y por qué lo odia.
Supongo que es porque estoy harto de la gente esa flower power que cree que lo importante es amar a todos en todo momento. Si no sabes odiar, ¿cómo quieres que te crea cuando dices que amas? Las monedas de una sola cara han sido, son y serán siempre falsas, por bonitas que sean.
Tampoco aguanto a los que etiquetan el odio como sentimiento a ocultar, reprimir e incluso aniquilar. Odiar es tan humano y natural como defecar (no quiero escribir cagar, que queda feo), y por muy desagradables que sean sus resultados, no veo justificado tratar de suprimir actos tan sanos.
Por eso, lo digo con la boca bien grande. El odio hay que sacarlo todo, pero hay que sacarlo bien.
Para empezar, hay que pasarse un buen rato odiándose a uno mismo. Llámalo meditación, oración, iluminación o examen de conciencia, da igual. Pero el odio autoinflingido es algo así como una vacuna, que en su justa dosis es necesaría para el progreso, la protección y la evolución, aunque en exceso podría llegar a resultar letal. O como una lavativa, que ni gusta ni apetece, pero purga que da gusto.
Seguramente no te valga de nada mi experiencia, pero sólo después de odiarme mucho he aprendido cuándo y cómo quererme bien.
Más tarde hay que provocar ciertos odios y dejarse odiar por algunos. Yo, hay determinada gente que espero francamente que me odie. Si no igual me podría sentir hasta decepcionado.
Hablando del tema, este texto va dedicado a todos los que me odian (aunque te parezca mentira, alguno hay, ¿a que es increíble?). Porque jamás lo van a leer. Y a los que sí lo lean, también se lo dedico, por haber hecho algo tan estúpido como perder minutos voluntariamente con alguien al que odias y por confirmarme así que tienen que seguir perteneciendo a ese selecto grupo.
Por último, siempre he creído que había que odiar un número determinado de cosas. Como mínimo, una por cada persona a la que se ame. De este modo, algo malo también nos abandonará el día en que nos tengamos que despedir de ella. No arregla nada, ni te hace sentir mejor, pero el resto de las soluciones tampoco, y allí están, escritas por todas partes.
Al final, lo que nos permite amar lo que queremos es lo lejos que nos encontramos de lo que odiamos. Lo que nos sienta mal de lo que nos pasa es lo mejor que nos define. Lo que más nos define, más nos molesta, es más real. Y la realidad, en definitiva, es como cualquier otro tipo de amor.
Molesta de cojones.